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Archive for the ‘Música de la novela’ Category

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Nessun dorma es un aria de la famosa ópera Turandot de Puccini. No es que yo haya sido una gran seguidora de este género de música teatral (no por falta de interés, pues me encanta, más bien ha sido consecuencia de unos gustos musicales demasiado amplios, y ya se sabe que quien mucho abarca…) Pero cuando tuve que buscar una pieza musical para integrarla dentro de un capítulo de la novela, no tuve ninguna duda, ésta sería Nessun dorma y, eso sí, cantada por el extraordinario Luciano Pavarotti.

No lo hice solamente movida por el afán de introducir como fuera la nombrada pieza, sino porque su historia, la historia de Turandot, encajaba muy bien con el argumento de la novela, donde se trata un tema tan antiguo como el hombre: la influencia que ejerce la belleza sobre el ser humano.

En esta ópera  conocemos a un príncipe llamado  Calaf que se enamora irremediablemente de la bella, pero cruel, princesa Turandot.

Este es el fragmento de la novela que alude a la obra de Puccini:

Turandot era una cruel princesa que había prometido entregar su amor al intrépido príncipe que consiguiera resolver tres enigmas. El candidato que, después de intentarlo, no lo lograra, sería ejecutado a la mañana siguiente.

Un día, mientras ajusticiaban al último de sus pretendientes, un príncipe desconocido llamado Calaf presenció la dramática escena después de haber clamado, junto con el pueblo, piedad para el desdichado. Pero la princesa no mostró compasión. El príncipe fue a increparla, y cuando contempló su rostro de cerca, se enamoró perdidamente de ella. Turandot era la mujer más bella que jamás hubiera visto. No le importó su crueldad, ni tampoco su corazón de hielo; el amor se había apoderado de su razón y de su voluntad.

A pesar de las advertencias, y a riesgo de su vida, Calaf se fue a palacio con la esperanza de que, si conseguía resolver los acertijos, ella le entregaría su amor.

La princesa le preguntó:

 —¿Quién es el fantasma que cada noche nace de nuevo en el Hombre y muere cada día?

 —La esperanza —respondió Calaf.

 —¿Qué es lo que flamea como una llama y no es fuego, y arde como la fiebre, pero se enfría en la muerte?

 —La sangre —respondió de nuevo el príncipe.

—¿Qué es lo que quema como el hielo y cuanto más frío es, más quema?

El príncipe dudó ante esta última pregunta, y los ojos de la princesa se regocijaron. Finalmente, el  príncipe contestó:

—Turandot.

Los jueces dieron por válidas las respuestas; la princesa debía casarse con el príncipe. Todo el mundo lo celebró, pues así terminarían las absurdas muertes. Sin embargo, Turandot trató de rebelarse a su destino, negándose a cumplir su promesa. Entonces, Calaf, en un acto de generosidad,  le propuso a la princesa un acertijo: si adivinaba su nombre antes del alba, él mismo se entregaría al verdugo. Pero si no lo conseguía, se casaría con él.

Turandot ordenó a su pueblo que nadie debía dormir esa noche hasta hallar el nombre del príncipe desconocido, y todo aquel que lo supiera y osara callarse, sería ejecutado. Es entonces cuando Calaf entona el hermoso “Nessun dorma”.

 

¡Nadie duerma!

También tú, Oh, princesa.

En tu fría estancia,

Miras las estrellas que tiemblan

De amor y de esperanza.

Mas mi misterio está oculto en mí,

¡Mi nombre nadie sabrá! No, no.

¡Sobre tu boca lo diré!

Cuando la luz resplandezca.

Y mi beso deshará el silencio,

Que te hace mía.

¡Disípate, Oh noche!

¡Tramontad, estrellas!

¡Al alba venceré!

 

Justo antes de despuntar el día, Calaf le confesó su nombre a Turandot, prefiriendo la muerte antes que su amor forzoso. Ésta, llena de alborozo, exclamó:

—¡Sé tu nombre! ¡Sé tu nombre, y es la hora!

Y con las primeras luces convocó a las cortes.

Pero el hielo que cubría el corazón de Turandot había empezado a resquebrajarse ante un hombre que le había ofrecido su vida doblemente y que, al confesarle su nombre, se entregaba de nuevo a la muerte.

 —¡Conozco el nombre del extranjero! —proclamó la princesa ante todos—. Su nombre es… Amor.

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