EXTRACTO DEL CAPÍTULO 19: LA ISLA DE MORK
Me quedé sola en mi nuevo hogar, únicamente acompañada por el bronco rugido del fuego nuevo. Oddi había dejado la pequeña boca, que servía para extraer las cenizas, entreabierta, haciendo que el aire circulara a borbotones por su interior para avivar las llamas. Cuando la cerré, cortándole de golpe el aire que le servía de alimento, el rugido se volvió un suave resuello.
Coloqué las palmas de las manos sobre la plancha de hierro fundido, percibiendo que se empezaba a calentar. Era un tanto extraño sentir el calor emanar de un material tan frío y duro como aquel, pero también era sumamente agradable.
Allí erguida, tratando de que mi cuerpo no se quedara paralizado por el frío, pensé en el momento de acostarme, de quedarme profundamente dormida y que Jon volviera a meterse en mi cabeza. Sentí serios remordimientos por haber renegado de nuestro vínculo. El dolor de su marcha me había hecho lamentar profundamente todo lo que había sucedido.
Pero por más que tratara de borrar lo que había pasado, de darles a todos la razón de que lo que había hecho era algo horrible, yo no podía sentirlo de la misma manera. Deseaba a Jon con toda mi alma, y solamente pensar que volvería a verlo cuando me quedara dormida, me hacía estremecer de jubilosa anticipación.
Ni siquiera esperé a entrar en calor. Me puse el pijama de tela polar, estiré el saco de dormir sobre la cama y me metí dentro. Y así, incrustada como en una crisálida, rogué para que el sueño me envolviera pronto y me reuniera con él una vez más.
Y me dormí.
Desperté al cabo de dos horas con los pies al borde de la congelación. No recordaba haber soñado nada, y con fastidio salí de la cama y eché más leña a ambos fuegos. Se notaba cierto calor en la estancia, pero no lo suficiente para hacerla confortable. Acerqué mis pies a la chimenea hasta que casi desprendieron llamas, y solamente volví a embutirme en el saco cuando mis gruesos calcetines parecían estar a punto de tostarse.
Un nuevo temor se apoderó de mí. ¿Y si no volvía a soñar con Jon nunca más? ¿Y si él había presentido todas mis lamentaciones? Mi conversación con Daniel había sido inquietante…
Encogida, con ciertas limitaciones dentro de aquel saco estrecho, la posibilidad de que Jon hubiera intuido mi arrepentimiento se convirtió en una certeza absoluta.
Me encontré entonces en medio de un sendero tortuoso, dividida entre el resentimiento que me provocaba su abandono y el deseo infinito de que volviera a mí. Entonces anhelé con absoluto egoísmo que la necesidad de volver a probar mi sangre fuera insoportable.
—No me abandones… —susurré mientras cerraba los ojos—. Por favor… por favor —repetí una y otra vez como una letanía.
Y mis plegarias fueron escuchadas, reuniéndome con él en aquel lugar entre el sueño y la vigilia, donde las fantasías más hermosas y las pesadillas más horribles pueden convertirse en realidad.
Una ráfaga de viento gélido me abofeteó el rostro. Parecía como si alguien hubiera abierto las puertas del universo, provocando corrientes sobrenaturales en el interior de aquella pequeña cabaña. Salté de la cama y caminé nerviosa hasta el saloncito. No vi a nadie; tan sólo intuí que algo se movía en la penumbra. Me giré en todas direcciones persiguiendo un aroma delicioso en el ambiente. Cerré los ojos para empaparme de aquella fragancia y entonces percibí el contacto de un cuerpo pegado a mi espalda. Traté de volverme, pero una mano enorme se deslizó alrededor de mi cintura apretándome suavemente contra un cuerpo de mármol. Otra mano apartó el cabello que ocultaba mi cuello. Sentí la cálida y sensual humedad de unos labios rozando mi piel, y mi corazón se lanzó a una carrera convulsa. Me mordí el labio inferior reprimiendo los sonidos que se escapaban de mi garganta. La mano que jugaba con mi cabello me sujetó la mejilla, y me obligó a girar el cuello hacia atrás. Encontré unos labios dispuestos a besarme. La dulzura de su boca colmó mis anhelos, arrastrándome de nuevo hacia una dicha y un placer únicos. Quería girarme, darme la vuelta para poder abrazar aquel cuerpo, deseando con todas mis fuerzas que mi sueño no terminara jamás. Sí, sabía que era un sueño, pero también sabía que en esos momentos su mente estaba conectada con la mía, haciéndome sentir su poderosa presencia de una forma real y verdadera.
Cuando aquellos labios tan ansiados se separaron de mi boca, unos ojos como el hielo taladraron mis retinas, y su mirada gélida cubrió mi cuerpo de escarcha. Los labios que antes me besaron se desplazaron por mi mandíbula, acercándose a mi oreja. Ahí se detuvieron, haciéndome cosquillas.
«Lo juraste», susurraron.
EXTRACTO DEL CAPÍTULO 18: EL REENCUENTRO.
La noche era tranquila, sin viento, aunque la humedad envolvía el ambiente. Parte de las nubes se habían disipado y, entre los claros, la luna en cuarto creciente iluminaba tenuemente el sendero. Frecuentes gotas de agua resbalaban por las hojas de los árboles; muchas de ellas nos alcanzaban de lleno.
—Sólo a ti se te ocurre salir a pasear con este tiempo —protestó mi madre mientras se secaba una gota que había impactado en su mejilla.
—Esta es una noche especial, créeme —dije cogiéndome a su brazo.
—Pues yo sólo veo una noche oscura y húmeda.
—No es tan oscura. Fíjate —dije señalando hacia el cielo—, la luna sale a acompañarnos.
Alzó la mirada y sonrió.
—Después de todo —dijo, apoyando su cabeza contra mi pelo—, esto no ha salido tan mal, ¿verdad?
Respiré profundamente.
—No, no ha salido tan mal.
Sentí de pronto ese nudo en la garganta que últimamente me molestaba tanto. Mi madre parecía más feliz que nunca y yo iba a hacer algo que podría destruirla de nuevo. Hice acopio de valor, tratando de controlar la ansiedad hasta que el nudo fue desapareciendo.
—Mamá —comencé, titubeante—, ¿te has preguntado alguna vez qué pasaría si mi padre volviera?
Se detuvo de golpe y me miró fijamente, con el ceño fruncido.
—¿A qué viene eso?
—No sé, se me ha ocurrido de pronto.
Aspiró una bocanada de aire que luego dejó escapar con suavidad. Se volvió hacia mí y me arropó con una cálida mirada de esmeralda.
—Hija, ya sé que para ti es duro, y puede que aún no te hayas resignado. Pero no quiero que te hagas falsas ilusiones. Si tu padre no ha vuelto en veinte años, no lo va a hacer nunca. Debes asumirlo.
—Pero ¿y si volviera?, ¿le perdonarías?
No contestó; se limitó a seguir caminando.
—¿Lo harías? —insistí tercamente mientras la seguía.
—¿Podemos cambiar de tema, Eva? —se quejó—. Esto no nos lleva a ningún sitio.
Estaba empezando a sentirse molesta por mis preguntas, y sabía que, aunque aquel día en el invernadero había abierto su corazón y compartido conmigo su pena, este no era un tema que quisiera tratar a menudo.
—¿Qué me dices de ti? —dijo intentando distraerme—. Daniel ha vuelto, lo he visto esta mañana hablando con Amelia. También había otra mujer. Unos van, otros vienen…, este sitio es una locura. Ahora creo que es Jon quien se ha marchado…
Sentí un aguijonazo en el corazón. Había conseguido durante unas horas mantener alejado el dolor que me producía escuchar el simple sonido de su nombre. Y así debía ser. En aquellos momentos no podía detenerme a pensar en mí misma.
—¿Por qué me preguntas por Daniel? —pregunté irritada. Sabía que, aparte de mi padre, los demás también podrían escuchar nuestra conversación. Es más: seguro que estarían todos apostados por los rincones oscuros de las amplias posesiones de La Torre.
—Bueno, antes de marcharse te invitó a conocer los jardines.
—Ah, aquello. No tuvo importancia —afirmé.
—Pues a mí me cae muy bien. Haríais muy buena pareja.
—¡Mamá! —protesté. La conversación se me estaba yendo de las manos.
Habíamos caminado ya un buen trozo. Dejamos a un lado la mansión y atravesamos el Jardín Inglés en dirección al invernadero.
Intenté sacar a relucir de nuevo el tema.
—Cuando era pequeña soñaba con frecuencia que volvía.
Volvió a detenerse. En su expresión percibí un velo de tristeza.
—Hija, no me hagas esto. No podría cargar también con tu dolor.
Ya no había vuelta atrás, y me lancé de lleno.
—¿No te gustaría tener la oportunidad de volver a verlo? ¿De saber por qué nunca volvió?
Resopló con amargura mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—¿Por qué insistes en remover el pasado? ¿No te das cuenta del daño que me causa? ¿Crees que no me lo pregunto cada noche? ¡Cada noche, Eva! ¿Qué había de malo en mí para que me abandonara de esa manera? Sin una palabra de despedida.
Sabía que estaba llevándola al límite de su dolor, y puede que mi táctica no fuera buena, pero tenía que prepararla para lo que vendría a continuación.
—Ma… mamá —comencé, tartamudeando, anticipando el impacto que le causarían mis palabras—, he des… descubierto… quién es mi padre.
Me miró con el rostro desfigurado por la estupefacción.
—¿De qué estás hablando? —Su voz sonó ahogada y plena de ansiedad.
Maldije en mi fuero interno a todo y a todos por tener que exponer a mi madre ante semejante locura. Me hubiera gustado borrar las últimas palabras que acababa de pronunciar. Deseé poder resolverlo todo sin involucrarla a ella, sin que su vida se viera alterada de forma dramática y definitiva por unos hechos que se escapaban a toda lógica.
Con todo ello, no me quedó más remedio que continuar. Ya no dependía solamente de mí, y si yo no la preparaba Magnus lo haría a su manera.
—Sé… sé quién es y… y lo he conocido —proseguí, sin poder dejar de tartamudear.
Mi inquietud aumentó esperando su respuesta. Pero se mantuvo en silencio, mirándome con el semblante desencajado. Cuando por fin habló, vaciló indecisa, sin saber exactamente qué decir o qué preguntar. Al final, hizo un esfuerzo para que le salieran las palabras.
—Por Dios Santo, Eva… —murmuró—. Estás llevando esto demasiado lejos.
No me creía.
—Lo que te digo es cierto —susurré—, no se me ha ido la cabeza. Mamá, por favor…, tienes que creerme. Sabes que no te mentiría con algo así.
Su expresión cambió; antes se mostraba incrédula, ahora se veía alarmada, rozando el estado de shock. Tragué saliva y esperé su reacción. Al final estalló en un amasijo de preguntas.
—Pero… ¿cómo?, ¿dónde lo has conocido? Y sobre todo, ¿cómo sabes que es tu padre?
—Tomás, el marido de Amelia lo sabía. Él se lo confesó a Matías y éste me lo dijo a mí una noche en el bar, borracho como una cuba.
Su boca se abrió para decir algo, pero no lo logró. Tardó unos instantes en recobrar la voz.
—No lo entiendo —dijo al fin—. ¿Dices que Tomás lo sabía? ¿Él conocía a tu padre?
Asentí con la cabeza.
—Entonces —continuó, hilando cabos—, Amelia también debió de conocerlo.
Volví a hacer un gesto afirmativo.
Su mirada se encendió como una llama.
—Tengo que hablar con ella —dijo de pronto, y se giró para marcharse.
—¡No! —exclamé mientras la sujetaba del brazo—. No es necesario. Yo puedo contarte lo que quieras saber…
Pareció sentir un frío repentino y cruzó los brazos sobre su pecho encogiéndose ligeramente.
—¿Desde cuándo lo sabes? —inquirió.
—No hace mucho, al poco tiempo de que te instalaras aquí.
Se llevó una mano a la boca, tratando de contener su respiración acelerada. Luego se echó el pelo hacia atrás, y me dio la espalda. Advertí su perturbación. Quería ayudarla. Sin embargo, tan sólo fui capaz de apoyar una mano sobre su hombro y permanecer callada, dándole el tiempo suficiente para que asimilara la noticia.
Cuando logró manejar los sentimientos de la primera impresión, se volvió de nuevo hacia mí, mirándome con una chispa de emoción y de temor en el rostro.
—¿Y dices que lo has conocido? —preguntó.
—Sí —musité.
—¿Cómo… cómo se llama? —quiso saber, con íntima curiosidad.
En esos momentos sentí una profunda lástima por ella. Todos estos años sin poder recordar su nombre… Me parecía terriblemente injusto.
—Se llama Magnus —murmuré con un hilo de voz.
—Magnus… —repitió, cerrando los ojos para impregnarse de su sonido. Luego añadió, más para sí misma que para mí—: Sí…, ese era el nombre… Es extraño que no haya podido recordarlo en todo este tiempo…
—Bueno, es un nombre extranjero, es normal que lo olvidaras… —dije para quitarle importancia.
—¿Sabes cuál es su apellido?
Dudé unos instantes porque sabía que ese dato causaría un mayor efecto en ella. Pero estaba a punto de verlo de nuevo y no tenía sentido ocultárselo.
Tuve que aclararme la garganta antes de hablar; me sentía como si una soga invisible me apretara el cuello, impidiéndome modular correctamente el sonido de mi voz.
—Su nombre es Magnus… Eriksson.
Mi madre dio un paso atrás producto de su propio asombro.
Las luces del invernadero se encendieron, y ambas miramos en su dirección. Aún estábamos a unos metros de distancia, pero en medio de la oscuridad era como un faro de verdor en mitad de la noche.
—Hay alguien en el invernadero —dijo, extrañada.
Mi expresión la hizo comprender.
—¿Es… él? —preguntó con insondable inquietud.
—Sí —afirmé—. Quiere verte; tiene muchas cosas que contarte.
—Pero… ¿por qué ahora?, ¿por qué después de tantos años?
—Hay una razón… —dije cogiéndola de las manos firmemente, tratando de captar toda su atención—. Mamá, escúchame bien… Puede que lo que te cuente sea un poco difícil de creer, y que pienses que está completamente loco… Pero, por favor, tienes que creerle porque todo es cierto.
—Me estas poniendo muy nerviosa, Eva.
Percibimos la figura de un hombre que se aproximaba a paso lento. Mi madre forzó la vista en un intento de ver a través de la oscuridad. La figura de Magnus se iba tornando cada vez más nítida y mi madre se alteró tanto que por un momento temí que fuera a desvanecerse. Traté de infundirle un poco de coraje para enfrentarse a él.
—Puedes hacerlo…
—Eva… —Su tono era suplicante, y advertí, abrumada, los enormes esfuerzos que hacía para mantenerse entera.
Magnus se detuvo a escasos metros de nosotras. Vestía diferente. Había cambiado el traje gris, que llevaba puesto cuando le conocí, por un traje más oscuro. No llevaba corbata y la camisa con algún botón desabrochado era el único detalle informal que se podía encontrar en él. Pese a la sobriedad de su atuendo aparentaba ser ligeramente más joven que mi madre. Ésta se aferró a mi brazo tan fuertemente que me lastimó de manera inconsciente.
—Tú… —susurró, sin aliento.
—Clara. —La voz de Magnus fue un frágil rumor—. Ha pasado mucho tiempo.
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